El lente

Son palabras que atienden a lo interno y que siguen su propio ritmo. A veces pueden fabular, ficcionar y otras confesarse.
Porque no solo tenemos una mirada, esta es la del espíritu y los afectos. Dédiée à "la Môme Piaf”, Édith Giovanna Gassion, La vie en rose, une chanson sublime.
"Les Ennuis, Des Chagrins S'effacent Heureux, Heureux"

lunes, 18 de julio de 2011

Santiago de León, Valle del Sol

Palabras ofrecidas en el marco del evento: Presentación de la Visión compartida de la Ciudad, Plan Estratégico Caracas Metropolitana 2020 en la Semana de Caracas, 18 de julio 2011.

Buenas noches a todos. En primer lugar, quiero dar un agradecimiento al Instituto Metropolitano de Urbanismo, Taller Caracas, por invitarme a participar en este acto. Asistí a un taller organizado en la UCV y les confieso que no esperaba me escogieran para venir a hablar aquí frente a ustedes, pues no soy urbanista. Muy por el contrario: economista con aires de socióloga, de una familia que pertenece al mundo de las letras, una que escogió los números, así que vaya combinación.
Luego de haberles contado esto, no pretendo entonces hablarles aquí de “planes para Caracas”. Pudiera apuntar que imagino una Caracas limpia, iluminada, ordenada, tolerante, ecológica y segura. Una Caracas sin miedo y más humana. Que sea transitable a pie o en bici. Una ciudad integrada de este a oeste. En último caso, me aferraría a una expectativa mínima de coexistencia, tal como canta nuestro himno sobre su fundación “y la barbarie sucumbió bajo la luz de la razón” “Santiago de León, valle de sol”.

Si quisiera aparentar mayor tecnicismo, incorporaría proposiciones que le he escuchado a mis amigos de urbanismo como la necesidad de sistemas de drenaje, ya que cuando llueve la ciudad colapsa; de construir aceras más anchas para el transeúnte, o el plan que me comentó un amigo de embaular el río Guaire y hacer de éste un lugar de esparcimiento.
O disertar sobre la necesidad de la nombrada “rehabilitación de los barrios”, que la verdad por el nivel de complejidad, no sé qué requiere claramente, ya que implica reformar centros de vida que nacieron sin ningún tipo de planificación urbana. Más bien creo que es admirable cómo se desarrolla la convivencia y la solidaridad justo en estos espacios. Muy distante al desconocimiento del vecino que se vive en las urbanizaciones cerradas con casetas, de edificios altos pero de silencio entre sus pasillos.
Y entonces ubico frases escuchadas en alguna oportunidad, que hablan del desconocimiento de nuestras problemáticas sociales y sus posibles soluciones: “al menos vamos a poner bonitos los ranchos”. Aseveración que para mí es tanto como pintar la pobreza para que no se vea, o pasar una tela por encima de la montaña y olvidarnos de lo que sucede al 54% de la población.
No, no voy a hablar de eso. Prefiero dejárselo a los expertos, al instituto y sus años de trabajo. Yo tan solo voy a compartir mi visión de la ciudad en que vivo y nací como un pasajero más de las calles, metro y carritos de Caracas y de un conductor más de las autopistas capitalinas. Desde ese lugar sí puedo hablarles de mi infinito amor por Venezuela, que me ha hecho incorporarme desde temprano en cualquier cantidad de grupos voluntarios, organizaciones, movimientos, y tantos otros espacios para pensar en el país, así como el programa que hoy se presenta y que celebro.
Lo que les voy a leer a continuación es un texto ficcionado sobre nuestra Caracas y recreado en la Caracas del 2020, a la que le canta Billo Frómeta:
Que mientras viva no podré olvidar
Sus cerros, sus techos rojos, su lindo cielo
Las flores de mil colores de Galipán


La Caracas sensible: 25 de julio de 2020
Hoy se cumplen 453 años desde la fundación de Caracas, en 1567, y recuerdo nueve años atrás, un momento que marcó en lo personal mi concepción de la ciudad: el año 2011. Hoy veo a la gente leyendo los periódicos en el metro, y ya no me asombra, algo que antes no sucedía, cuando entonces era yo la “chama galla, nerd, la profesora”.

Y es que tenía tiempo sin ver el metro tan lleno, y me acordé de plaza Venezuela en hora pico, cuando Caracas era “la ciudad de los bolsos”, como yo la llamaba. Para esa época, unos cinco años atrás, llegué a escribir:
Caracas, la ciudad de los bolsos y los encargos.
De las carteras y las loncheras.
Pesadas mochilas que cuentan de una pesada jornada de trabajo y de un extenso viaje de ida y vuelta.
Una urbe racional, en cierto sentido.
Que se reserva las compras espontáneas y practica el ejercicio de la lista.
Comer en la calle es para los pudientes, para el resto lo que nos queda es un gran bolso que pueda prever antojitos costosos. Se lleva desayuno, merienda, fruta, unos zapatos por si se rompen las cholas, una ropa de cambio. Y se lucha con esa carga día entero en metro, carrito, y más.
Una economía sumamente doméstica, entregada a los encargos, a las tortas del primo de la vecina, los trajebaños que vende la compañera de trabajo, las películas quemadas de los kioskos de la UCV, el almuerzo de la tía, los pasapalos de la abuela.

En esa otra ciudad que ya no es ésta, apenas eran revisadas algunas páginas de los periódicos o de la prensa electrónica: el horóscopo sin falta, las “mamis” voluptuosas al desnudo, los encartaditos de ofertas para el fin de semana y convocatorias a encuentros evangélicos. Eso aún no ha cambiado, pero también hay en diversas manos obras literarias de autores jóvenes y clásicos, desde Rodrigo Blanco, Luis Yslas, Juan Carlos Méndez Guédez, Willy Mckey, Santiago Acosta hasta Andrés Eloy Blanco, Salvador Garmendia, Eugenio Montejo o Vicente Gerbasi.

Y no solo eso, ahora la moda son unas pequeñas carteras, de tres bolsillos, de rayas verticales extravagantes, que en ocasiones se visten de Cruz Diez, Reverón, Michelena y un pintor de Petare más nuevo, ya conocido, con el nombre de Jorge Romero Ávila. Actualmente uno se encuentra con los amigos en la calle y acuerda un desayuno o un almuerzo en el café de la plaza Venezuela, en El Calvario, en el boulevard de Sabana Grande, o en el Parque del Este, sin remordimiento a que aquel egreso pese sobre el bolsillo mensual.

Ésta es una ciudad invadida por la cultura y por la venezolaneidad. La de los performances en el metro, las exposiciones de arte en los bulevares que no duermen, los recitales de poesía en las esquinas del centro de Caracas los jueves a las 6 de la tarde, la de los centros comerciales vacíos (que han quedado para las visitas más exclusivas), y las tradicionales y bellas danzas en el paseo de Chacaíto a la Previsora: donde uno camina mientras se va topando con los tamunangueros, el Sebucán o palo de las cintas, las turas, el Maremare con carrizo acompañado de las maracas y la flauta de pan. Es una experiencia que aun cuando ha sido protagonista de tantas líneas y palabras en los últimos años de cambio, no deja de impactarme y llamarme al papel. Una celebración en colectivo que no para, que no le importa lo que ha pasado en la política (en lo que no vale la pena ahondar porque ya sabemos) y sin embargo despierta la participación.

El Ávila, que ahora se retrata en miles de folletos, camisas y materiales que reparten a los turistas, debe estar bastante orgulloso de aquellos a quienes protege. Sus quebradas llenas de agua y el verdor, que no expresa más que alegría, ha sido una armonía especial e intacta que mantenemos desde viejos tiempos.

Pero quiero volver a mi evocación inicial, el año 2011. Tal para mí, fue el año que inició el cambio que vivimos en la actualidad. Recuerdo tres momentos en especial: la celebración del Bicentenario en el Centro de Caracas, el Paseo los Palos Grandes, organizado por la Alcaldía de Chacao, (donde había trabajado un par de años antes) y el partido de fútbol histórico en que Venezuela le ganó a Chile y llegó a semifinales por primera vez en su historia y lo que siguió. Ese 444 aniversario fue emblemático y significativo.

La celebración del Bicentenario en el Centro de Caracas fue una experiencia auténtica. Aunque perdí el respeto de varios allegados dignos de la oposición, gané otros revolucionarios críticos. Por primera vez paseaba por la plaza “El Venezolano” hermosamente floreada, que ofrecía comidas de diferentes regiones del país e invitaba a probar platos criollos de países de la región. Ahí aprendí que existían más de 25 etnias indígenas que agrupaban una población de 500.000 en total. Claro que la feria estuvo llena de proselitismo político y contaba la historia del país enmarcada únicamente en el siglo XIX, desde una perspectiva muy militarista. Pero fue una celebración ciudadana, de intercambio cultural, que yo nunca había presenciado.

El segundo momento fue el Paseo los Palos Grandes, organizado por la Alcaldía de Chacao, otro lugar de compartir colectivo, de fulgor cultural, que finalizó con el evento de César Miguel Rondón acompañado de El Guajeo y contando la historia de la salsa. Todas las calles de Los Palos Grandes y Altamira repletas de gente, completamente tomadas por la música, la literatura, la buena cocina y la fotografía.

El tercer momento categórico de país fue el partido de fútbol histórico en que Venezuela le ganó a Chile. Las dos paradas de balón de Cíchero, aunque sin ser portero, la suerte de Reny Vega, que no admiraba mucha gente, el gol de Vizcarrondo y el apoyo de Juan Arango. Se quedaban atrás los restaurantes de Las Mercedes que se ocultaban tras la marea de venezolanos celebrando una victoria inolvidable.

Este año marcó definitivamente lo que sería un cambio en Caracas.
Pero las miradas es lo que más ha cambiado. Esos ojos incesantes de antes, esa mirada fija y acechante del “otro”, que por ser ajeno a ti, te clavaba sus ojos casi reclamando un espacio de indiferencia, exigiendo tu rápido alejamiento. Recuerdo que un día hasta me preguntaron en una farmacia que si había tomado y guardado en mi cartera un protector de labios, yo estaba indignada por ser parte de ese mundo de paranoia, recogimiento, incomunicación e inseguridad.
El reggaetón continúa, a mi pesar. Pero hasta los piropos se han refinado con esta irrupción cultural en las calles.
Ahora uno ve estudiantes de arte en La Candelaria y Capitolio con su block de hojas blancas y sus ipads 10 que manejan por telequinesis, delineando la arquitectura de la ciudad. Gente que pasa horas sentada en un café con solo un “marroncito” en la mesa sin que nadie la apure o le pase la cuenta, chamos que se tiran en la grama del parque La Floresta y hacen picnic en Los Caobos.

Esta es la ciudad que me imagino, una que la transformen sus ciudadanos desde lo cultural, que sea tomada por el arte y la sensibilidad, que premie sus talentos y conozca sus virtudes. Que exprese el orgullo de la venezolaneidad y que cuente la historia tanto del siglo XIX como la del XX y el XXI. Una integrada, amena. Una Caracas viva.

@plancaracas2020



1 comentario:

  1. Amiga definitivamente esa es la ciudad que todos deseamos. Me gustó como lograste tomar en cuenta cada mínimo detalle y reflejarlo en tus palabras! Simplemente me encantó!

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