Los ojos son tremendamente cómplices del padecimiento y de lo fruitivo.
Se alimentan de la luz y se hidratan de lo orgánico.
Ellos no saben de la razón sino de lo genuino.
Son seres pasivos e inquietantes.
Luego indiscretos, se delatan y respiran los afectos y los impulsos.
Los ojos juzgan lo que desconocen y evaden lo que más desean.
Los ojos no se besan, ellos se muerden o se castigan con descarada indiferencia.
Y con el tiempo nos vamos llenando de sus miradas, atrevimientos, tristezas, escapes, secretos, que finalmente nos acompañan.
Pero a veces dan ganas de cerrar los ojos, descansar en la oscuridad de la falta de conciencia o del exceso de sensatez.
Solo ellos saben aquello que siente el alma.