(Sobre la desilusión y la juventud)
La desilusión cae con la lluvia sin que nadie la espere; tan absolutamente súbita como el amor. Se ancla, impregna, pesa. No es una tristeza, porque no pasa, no acaba, no muta. Ni necesariamente mala, pero te cambia. Ella va más allá del sujeto o el objeto de dolor. Trastocando el origen de las formas, homogeneizándonos en lo humano que somos. Reclama la fragmentación del yo y produce el nacimiento de la duda. Es el fin de las entregas y los apegos, donde todo se vuelve plástico..