El lente

Son palabras que atienden a lo interno y que siguen su propio ritmo. A veces pueden fabular, ficcionar y otras confesarse.
Porque no solo tenemos una mirada, esta es la del espíritu y los afectos. Dédiée à "la Môme Piaf”, Édith Giovanna Gassion, La vie en rose, une chanson sublime.
"Les Ennuis, Des Chagrins S'effacent Heureux, Heureux"

lunes, 2 de mayo de 2011

Sobre la desilusión

(Sobre la desilusión y la juventud)

La desilusión cae con la lluvia sin que nadie la espere; tan absolutamente súbita como el amor. Se ancla, impregna, pesa. No es una tristeza, porque no pasa, no acaba, no muta. Ni necesariamente mala, pero te cambia. Ella va más allá del sujeto o el objeto de dolor. Trastocando el origen de las formas, homogeneizándonos en lo humano que somos. Reclama la fragmentación del yo y produce el nacimiento de la duda. Es el fin de las entregas y los apegos, donde todo se vuelve plástico..



Una profunda desilusión se lleva un trozo de la juventud. Porque ¿quién puede decir que la juventud es un mero tema del tiempo o de la edad? Y no que se relaciona también a las contrariedades, el dolor y la pesadumbre. La juventud es un estado de empatía con la vida de ovaciones. Al joven no le cuesta decir ni padecer, al joven todo le vale, le sabe, le pasa (se va). Él sigue, camina, atropella. El joven trota, al ritmo de su liviandad. Mientras la adultez ya viene como un pesado tratado de armisticio.


En ese paso entre lo ideal de la vida joven y la otra de una desilusión, el ser empieza a alejarse del vivir colmado y efímero; ahora con aire más taciturno, angustias adheridas y libertades invadidas. Entre la juventud y lo siguiente, se siente tan distante la inocencia y tan ignorante la simpleza, que uno se halla en la conquista de lo silente.


En la juventud el aire es transparente, fresco, acariciable. Pero lentamente se va auto erosionando y enjaulando en pequeños recovecos donde solo queda una imagen, una carta, la rutina. Eres otro, ya irreversible, en lo absurda que puede ser la marcha natural de la existencia misma.


Luego en un soplido, la vida te regala los vestigios de algún escondite de su atmósfera genuina.

Pero cuánto cuesta reconciliarse con ese no se qué límite de la moral roto,

tras la desilusión.

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